Decrecimiento por Elección para el Nuevo País
30.09.2012 15:51
Decrecimiento por Elección para el Nuevo País
Ponencia presentada en el 3er Congreso Nacional para la Fundación de un Nuevo País
jueves 20 de septiembre de 2012
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras
Por: Ivonne Ramírez Camacho
La construcción de nuevo país no puede ignorar las dos grandes crisis actuales del mundo; la financiera y la ecológica. Pensar que una emergente nación soberana, nacida ella misma bajo la nube de una crisis, pueda tener expectativas esperanzadoras para colocarse ante otras naciones como un igual parecería una gran locura. Pero irónicamente, el encontrarnos en el mismo medio de este trance, puede hacer de esta la mejor oportunidad para surgir como un País con visiones y proyectos que respondan efectiva y genuinamente a los nuevos retos. Esta acción requerirá de un cambio de visión de cómo la sociedad se organiza y de la manera de entender las relaciones sociales, políticas y económicas dentro y fuera de la nación soberana.
Podemos asegurar, sin temor a equivocarnos, que las crisis; económica y ambiental son hijas de una misma madre; la economía del crecimiento continuo. Llamen a esta desnaturalizada madre capitalismo, neoliberalismo, globalización o libre mercado, no importa, cuando se le despojan de los adornos y los tecnicismo queda al desnudo una economía que ha cosificado a la humanidad al servicio del mercado. Este mercado, a su vez, beneficia a un grupo ridículamente reducido de personas a un precio muy alto; alta precariedad ambiental, pobreza y desigualdad que suman día a día más y más víctimas por todo el mundo.
Como contrapartida aparece lenta pero efectivamente el Decrecimiento. Este es un movimiento provocador que busca reorganizar las sociedades de manera que podamos vivir por elección un modo de vida más frugal, más cooperativo, más justo y más feliz. El decrecimiento proviene de una diversidad de corrientes de pensamiento y de distintas disciplinas que han coincidido en entender la urgencia de abandonar el modelo de vida occidental como medida primordial para lograr equidad económica y social y salvar el planeta para generaciones presentes y futuras. El decrecimiento demanda la disminución radical de la extracción de materiales y la generación de residuos. Pero clarifica que estás acciones deben darse junto a los cambios sociales, económicos, ecológicos y culturales que se apoyen en criterios de justicia social y bienestar común. Aquí es dónde el decrecimiento se diferencia más de la economía actual. La economía del desarrollo ve la pobreza, las injusticias sociales, las guerras, la degradación ambiental como daños colaterales del sistema e inclusive se nutre de ellos. El decrecimiento, por su parte, cree en que es posible organizar a la sociedad para la total erradicación de estos males
A raíz de las recientes debacles financieras y ambientales los oídos del mundo están más prestos a escuchar e inclusive intentar cambios como los propuestos por el decrecimiento. Pero este no es un planteamiento nobel. Hace 40 años, en el 1972, el Informe Meadow del Club de Roma alertaba: “Si la industrialización, la contaminación ambiental, la producción de alimentos y el agotamiento de los recursos mantienen las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e incontrolable descenso, tanto de la población como de la capacidad industrial“. A la luz de estos datos debemos preguntarnos ¿cómo hemos llegado a este punto sin haber hecho cambios contundentes? Como contrapartida aparece lenta pero efectivamente el Decrecimiento. Este es un movimiento provocador que busca reorganizar las sociedades de manera que podamos vivir por elección un modo de vida más frugal, más cooperativo, más justo y más feliz. El decrecimiento proviene de una diversidad de corrientes de pensamiento y de distintas disciplinas que han coincidido en entender la urgencia de abandonar el modelo de vida occidental como medida primordial para lograr equidad económica y social y salvar el planeta para generaciones presentes y futuras. El decrecimiento demanda la disminución radical de la extracción de materiales y la generación de residuos. Pero clarifica que estás acciones deben darse junto a los cambios sociales, económicos, ecológicos y culturales que se apoyen en criterios de justicia social y bienestar común. Aquí es dónde el decrecimiento se diferencia más de la economía actual. La economía del desarrollo ve la pobreza, las injusticias sociales, las guerras, la degradación ambiental como daños colaterales del sistema e inclusive se nutre de ellos. El decrecimiento, por su parte, cree en que es posible organizar a la sociedad para la total erradicación de estos males al mismo tiempo que provee una vida más digna y balanceada.
Hemos pasado de ser una sociedad colectiva a ser una individualista. Hemos sido víctimas del modo occidental de vida que nos sumergió en un modo atomizado y segmentado de entender nuestra relación con nuestro entorno. Esta visión de nuestra realidad decide cómo nos organizamos en el ámbito personal, regional y nacional. Las decisiones sobre prioridades de desarrollo como por ejemplo el ordenamiento territorial, producción y utilización de productos, etc. se hacen sin tomar en cuenta las interrelaciones tan complejas que se dan entre todos los sistemas del planeta. Las decisiones que se toman están basadas en información fragmentada y cargada de análisis reduccionista que dan luz verde a la producción desmedida y la priorización de necesidades individuales sobre las colectivas en nombre del desarrollo y el bienestar.
En este punto se hace necesario cuestionarse la validez de la premisa de que el desarrollo y progreso de los países realmente le pertenecen y lo disfrutan los ciudadanos de los pueblos por igual o por lo menos, de algún modo, con razonable proporcionalidad. Nada más lejos de la verdad. Me viene a la mente una cita de Eduardo Galeano escrita en su libro Las Venas Abiertas de Latino América: "El desarrollo es un banquete con escasos invitados, aunque sus resplandores engañan, y los platos principales están reservados a las mandíbulas extranjeras". Como algunos saben, en su libro Galeano despedaza el mito del progreso con reveladoras crónicas e impresionante narraciones y da cuenta del grave saqueo que ha sufrido el Continente latinoamericano. Primero de manos de las empresas colonizadoras durante los siglos XV-XIX y luego del capitalismo desarrollista del siglo XX. Hoy día esta realidad que narra el autor en 1971 sigue vigente. Hemos partido la tierra en dos; de un lado tenemos el norte consumista y del otro un sur empobrecido. Ya en el 2005 se planteaba que un 40% de la población contaba con el 5% de los ingresos mientras que el 10 % más rico acaparaba el 50%. La sexta parte de la población mundial, principalmente ubicada en los países desarrollados, consume el 80% de los recursos disponibles, mientras que los 5/6 restantes utilizan el 20% .
Esto hace que los países ricos carguen con la mayor parte de la huella ecológica. Para visualizarlo supongan que las demandas de consumo de un ciudadano promedio de Estados Unidos ocurrieran a escala global, se necesitarían 5.3 planetas para poder mantener ese ritmo de consumo. Tristemente a pesar de todo esta voracidad consumista la economía del crecimiento ha sido incapaz de satisfacer las necesidades de la mayoría de la población mundial. Se calcula que el 1980 fue el punto crítico cuando las demanda globales superaron la capacidad regenerativa de la tierra. Para el 2000 esa demanda consumista superaba la biocapacidad por un 20%. Esto es importante enfatizarlo porque de seguir este paso, el deterioro y escasez de recursos pondrá a más y más personas en la miseria y el círculo exclusivo que domine las riquezas y bienes será mucho más reducido. Pero el aumento en la inequidad económica y social no es exclusiva de los países sub-desarrollados. Como plantea el economista Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, Estados Unidos se ha convertido en la gran tierra de la Inequidad, donde el 1% de la población detenta el 40% de los bienes.